Por Fernando Vaccotti
Hace dos meses, en plena tarde bogotana, un disparo interrumpió la voz de un candidato que hablaba de futuro.
Ese disparo no solo buscó silenciar a Miguel Uribe Turbay, sino advertirle a Colombia que las heridas de la violencia política nunca han cerrado del todo.
Hoy, esa herida está abierta de nuevo.
Y el eco de esa bala resuena en el Congreso, en las campañas, en las calles… y en la memoria de un país que ya vivió demasiados funerales de líderes antes de tiempo.
No hablamos solo de un crimen.
Hablamos de un golpe directo al corazón de la democracia, en la antesala de una de las elecciones más decisivas de la historia colombiana reciente.
El magnicidio del senador y precandidato presidencial reabre las heridas más profundas de la violencia política y deja al país frente a un escenario de incertidumbre electoral.
A nueve meses de las elecciones de 2026, la muerte de Miguel Uribe Turbay no solo golpea al Centro Democrático, sino que sacude todo el sistema político colombiano.

Entre llamados a la unidad y recriminaciones cruzadas, el presidente Gustavo Petro enfrenta el desafío de garantizar seguridad a los candidatos, preservar la confianza ciudadana y evitar que el fantasma de los años de plomo se instale nuevamente en la campaña.
La muerte de Miguel Uribe Turbay no es solo un crimen violento; es un golpe directo al tablero electoral colombiano, a nueve meses de las presidenciales de 2026.
Perfil político: Senador del Centro Democrático, joven (37 años), carismático y con un posicionamiento moderado dentro de la derecha uribista. Se proyectaba como carta de renovación frente a figuras más desgastadas del partido.
Impacto emocional: El atentado y posterior fallecimiento remiten al trauma de los ‘80 y ‘90 (Galán, Pizarro, Jaramillo), épocas en las que la violencia truncaba carreras presidenciales.
Hago mención a esta época en mi libro “Bandas Criminales en Latinoamérica Tomo I”.
Este paralelismo está siendo explotado en medios y redes para alertar sobre un “retroceso” en seguridad política.
Operativa criminal: El uso de un menor como sicario -según Fiscalía- apunta a prácticas narco-paramilitares urbanas, lo que sugiere un móvil vinculado a redes de crimen organizado, aunque la arista política no se descarta.
Efectos en el mapa político
Centro Democrático
Pierde a su precandidato más competitivo, lo que obliga a reacomodar fuerzas. Los nombres que podrían ocupar el espacio son: Paloma Valencia (línea dura uribista, pero con alta polarización). María Fernanda Cabal (perfil combativo, pero sin la capacidad de tender puentes que tenía Uribe Turbay). Óscar Iván Zuluaga (más experiencia, pero bajo desgaste político por procesos judiciales pasados). El partido debe decidir si sigue en línea dura o adopta un perfil moderado para competir en segunda vuelta.
Oposición y coaliciones
El asesinato podría reactivar discursos de unidad frente a la violencia, aunque con el riesgo de instrumentalización política. Sectores de centro y centroizquierda pueden capitalizar el reclamo de seguridad como agenda transversal, desplazando parcialmente la discusión económica o social.
Elecciones legislativas y presidenciales
Probable incremento de la abstención si crece la percepción de inseguridad para candidatos y electores. Riesgo de repliegue de líderes regionales y abandono de actos masivos de campaña.
Postura de Gustavo Petro

Discurso oficial: Mensaje de solidaridad, mención al pasado trágico de la familia Turbay (el secuestro y asesinato de Diana Turbay en 1991), y llamado a unidad nacional contra la violencia política.
Lectura política: Petro queda en una posición de obligada firmeza, debe mostrar resultados rápidos en la investigación y medidas efectivas de protección. No puede ser percibido como complaciente o indiferente frente a la inseguridad política, sobre todo porque su gobierno ha sido cuestionado en temas de orden público. Si maneja el caso con eficacia, puede neutralizar críticas de la oposición y presentarse como garante de la democracia. Si falla, se abrirá un flanco que el Centro Democrático y otras fuerzas explotarán durante toda la campaña.
Escenarios a corto y mediano plazo
Escenario A – Control institucional y unidad política
Gobierno, partidos y organismos internacionales acuerdan reforzar el plan de protección de candidatos. Reducción de actos presenciales de alto riesgo. Se logra transmitir que las elecciones se harán con garantías.
Escenario B – Escalada de violencia política
Otros candidatos o líderes regionales son amenazados o atacados. Aumento de militarización en actos públicos. Crece la percepción de ingobernabilidad, afectando la inversión y el clima electoral.
Escenario C – Polarización y uso político del caso
El magnicidio es utilizado como arma electoral. Narrativa de “Estado incapaz” contra Petro y de “oposición revanchista” contra el Gobierno. Clima tóxico en la campaña, con riesgo de deslegitimar el resultado electoral.
Factores estratégicos a seguir
Investigación judicial: ritmo y transparencia. Seguridad electoral: despliegue de Fuerza Pública y garantías para todos los partidos. Respuesta internacional: postura de EE.UU., OEA y UE frente a la estabilidad democrática colombiana. Narrativas en redes: posible manipulación por campañas de desinformación para desestabilizar el proceso electoral.
Conclusión clave
La muerte de Miguel Uribe Turbay es más que una tragedia personal y partidaria: es un punto de inflexión que obligará a Colombia a decidir si enfrenta la violencia política como un tema de Estado o si la deja convertirse en un factor estructural de la competencia electoral. El manejo de este caso, por parte de Petro y de todo el sistema político, marcará el tono y la legitimidad de las elecciones de 2026.
La muerte de Miguel Uribe Turbay por tanto no es solo la pérdida de un líder político.
Es la señal más dura de que la violencia sigue queriendo dictar la agenda del país.
Hoy, Colombia enfrenta una disyuntiva: responder con instituciones firmes o repetir la historia que ya nos costó generaciones enteras.
Porque un magnicidio no solo mata a una persona, hiere a toda la democracia.
Porque si la violencia decide las elecciones, el pueblo deja de hacerlo.
Y porque Colombia no puede volver a los años donde las balas hablaban más fuerte que los votos.