Por Fernando Vaccotti
Hace apenas unas horas, en el edificio del Congreso en Washington D.C. se desarrolló el foro “Crimen Organizado y Democracia en América Latina”, un encuentro que reunió a exmandatarios, académicos y analistas de seguridad para debatir sobre una de las amenazas más profundas que enfrenta nuestra región, la penetración criminal en el corazón de los Estados y la erosión progresiva de la institucionalidad democrática.
Lo que se discutió allí no es nuevo para quienes venimos advirtiendo desde hace años -en libros, columnas y conferencias- que el crimen organizado ya no opera desde las sombras, sino desde dentro de las estructuras de poder. Lo relevante es que hoy esa constatación llegó al epicentro del debate político hemisférico, y que voces de peso comenzaron a articular lo que muchos venimos sosteniendo: sin seguridad, no hay democracia posible.

El crimen como actor político
Entre los disertantes se destacaron Douglas Farah, Luis Almagro, Andrés Pastrana, Jamil Mahuad, Robert Ellis, y Francisco Santos entre otros. Todos coincidieron en que el crimen organizado ha evolucionado de una lógica puramente delictiva hacia una lógica de poder.
Farah expuso sobre la convergencia criminal, un concepto que también he abordado en mis obras y programas: la interconexión entre el narcotráfico, la minería ilegal, la trata de personas, el contrabando y el lavado de activos, que dan lugar a verdaderos holdings criminales con proyección transnacional. Almagro, por su parte, alertó sobre el riesgo de captura institucional, donde la corrupción y el miedo abren las puertas para que el crimen se infiltre en la política, la justicia y los medios de comunicación.
Pastrana y Mahuad recordaron que el narcotráfico no solo financia campañas o compra voluntades: define políticas, debilita al Estado de derecho y destruye el tejido social. Robert Ellis, desde un ángulo geopolítico, mencionó el papel de actores no estatales con capacidad militar y territorial —como el Tren de Aragua—, que ya superaron la categoría de simples bandas criminales para transformarse en estructuras paraestatales.
Coincidencias y validaciones
Buena parte de lo expuesto en el foro coincide con lo que desde hace años venimos planteando: que América Latina atraviesa la tercera ola del crimen organizado transnacional, como describe Douglas Farah, y que en esa ola el crimen ya no disputa sólo dinero, sino legitimidad, poder y control territorial.

En mis programas de El OJO y en los libros Bandas Criminales en Latinoamérica, he desarrollado esta misma idea, que los Estados débiles, permeables o cooptados por intereses ilícitos, dejan un vacío que el crimen organizado sabe ocupar, ofreciendo una “gobernanza alternativa” basada en el miedo, la violencia y la economía ilegal.
El foro de Washington no hizo más que ratificar lo que ya es evidente para los que observamos el fenómeno en terreno: el crimen organizado no se combate únicamente con policías y cárceles, sino con inteligencia estratégica, coordinación regional, control financiero, voluntad política y coraje.
Democracias sitiadas
América Latina enfrenta una paradoja dolorosa: los mismos sistemas democráticos que prometieron libertad y desarrollo se han vuelto vulnerables a las lógicas mafiosas. Hoy vemos cómo jueces son amenazados, fiscales asesinados, periodistas silenciados y políticos financiados por redes de narcotráfico o contrabando.
Lo que se habló en Washington refleja que ya no hay margen para la ingenuidad. Países como Ecuador, Paraguay, Honduras o México están viviendo lo que en Uruguay comienza a insinuarse: una infiltración silenciosa pero constante del crimen organizado en la vida institucional.
Por eso este foro no fue un evento más: fue una señal de alerta regional, un llamado a revisar el concepto mismo de seguridad y su relación con la supervivencia de la democracia.
Una mirada desde el sur
Desde el Cono Sur, donde las sociedades suelen creerse a salvo de los grandes males del norte andino o del Caribe, también debemos mirar hacia adentro. Uruguay, país pequeño pero expuesto, se ha transformado en plataforma logística del narcotráfico internacional, con carteles que utilizan nuestros puertos y una criminalidad local en expansión, cada vez más violenta y sofisticada.
El desafío es pensar políticas públicas con visión estratégica y regional, integrando inteligencia estatal, cooperación internacional, y el rol de las fuerzas armadas y de seguridad en clave multidimensional.
No hay democracia que resista si el Estado se retira de los territorios donde impera la ley del crimen. Y no hay libertad posible cuando el miedo sustituye al derecho.
La hora de los valientes
El foro de Washington nos deja una lección clara y es que la defensa de la democracia hoy pasa por enfrentar al crimen organizado con la misma determinación con que antes se enfrentaron los golpes de Estado.
Necesitamos valentía política, inteligencia profesional y cooperación real entre naciones.
El crimen transnacional no reconoce fronteras; la respuesta tampoco puede hacerlo.
Desde mi espacio -ya sea en El OJO, en mis clases o en mis libros- seguiré insistiendo en esta verdad incómoda:
la guerra del siglo XXI no es entre ideologías, sino entre el crimen y la civilización.
Fuentes:
– Infobae, “Foro de Crimen Organizado y Democracia en América Latina”, Washington, 9 de octubre de 2025.
– Diario Las Américas, “Avance del crimen organizado en América Latina, debate en Washington”, octubre 2025.
– Douglas Farah, Convergencia Criminal Transnacional, IBI Consultants.
– FV Consulting / El OJO – Blog “Bandas Criminales en Latinoamérica”.