Por Fernando Vaccotti
En los últimos meses, varios investigadores de la región -entre ellos el chileno Pablo Zeballos y el estadounidense Douglas Farah- han comenzado a hablar de una “cuarta ola” del crimen organizado en Latinoamérica.
Una etapa que sucedería a las tres transformaciones ya definidas por su socio Douglas Farah: del narcotráfico clásico de Escobar, a la economía híbrida del Cartel de Cali y, luego, a la etapa político-criminal surgida con los regímenes bolivarianos y sus redes de protección transnacional.
Es una de las teorías a las que nos afiliamos desde hace años y que mantenemos como uno de los hilos conductores centrales de nuestros trabajos sobre crimen organizado transnacional (COT).
Zeballos y Farah sostienen que esta nueva ola se caracteriza por la diversificación de las economías ilícitas, la entrada de actores extrarregionales y la cooptación silenciosa del tejido social.
En efecto, el crimen ya no disputa solo territorios: disputa legitimidad, identidad y representación en los barrios, los clubes deportivos y las asociaciones vecinales.
Es el salto de la gobernanza criminal visible a la gobernanza social normalizada.
Coincido en que esa mutación está en curso.
Pero más que una cuarta ola independiente, la interpreto como una “tercera ola ampliada”, donde la convergencia entre crimen, poder político y economía ilícita alcanza un plano global y cognitivo.
Hoy el crimen organizado ya no se entiende sin su dimensión digital, financiera y perceptual: manipula flujos de dinero y también flujos de información.
La violencia se terceriza; el control se ejerce por símbolos, narrativas y aspiraciones culturales.
En este contexto, el desafío ya no es solo policial ni penal.
Es estratégico y civilizatorio.
Nos obliga a repensar la seguridad como un sistema integrado de inteligencia, resiliencia democrática y alfabetización cognitiva, capaz de detectar la penetración del crimen en las mentes, no solo en los territorios.
Como hemos señalado en diversas oportunidades, la criminalidad y la violencia con las que hemos aprendido a convivir y a normalizar no son solo fenómenos delictivos, son fenómenos sociológicos que exceden el tratamiento policial y reclaman comprensión estructural.
Quizás estemos entrando en lo que desde hace poco denomino la quinta fase del crimen global, una era en la que las organizaciones criminales funcionan como actores geopolíticos y psicológicos, capaces de disputar poder, verdad y sentido.
Comprender esa transición -sin negarla ni romantizarla- es el primer paso para anticiparla.
El crimen organizado dejó hace tiempo de ser una estructura delictiva: hoy es una arquitectura de poder.
Comprenderlo así no es alarmismo; es anticipación.
Fernando Vaccotti
Consultor en Seguridad, Inteligencia y Geopolítica
Director de El OJO: Estrategia, Seguridad y Poder
http://www.vaccottifer.com
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