Por Fernando Vaccotti
La caída del Cartel de los Soles, el nuevo orden geopolítico y criminal latinoamericano
Hay momentos en los que el poder cae en silencio y otros en los que se desploma a plena luz. Venezuela entró en esa fase final. No lo digo como observador distante, sino habiendo estado allí, caminando pasillos donde el miedo era norma, y habiendo escuchado durante más de una década a la diáspora venezolana: profesionales, militares retirados, jóvenes expulsados de su propia tierra que cargan su país en la memoria y la esperanza en el pecho.
Dijimos hace tres días «El mundo vive un momento histórico donde la polarización política, religiosa y social deja de ser ruido de fondo para transformarse en matriz de conflicto, legitimación de violencia y captura de espacios públicos. No es un fenómeno aislado de nuestra región, es parte de una tendencia más amplia que atraviesa Medio Oriente, África y Europa; y que encuentra en Latinoamérica un terreno fértil con sus propias fragilidades institucionales, su geografía criminal y sus tensiones políticas».
Ese testimonio humano siempre fue más revelador que cualquier documento clasificado ya que el régimen tenía una sola estrategia – sobrevivir- y ese modelo llegó a su límite. Hoy estamos frente al último round de Nicolás Maduro. El poder no se derrumba de golpe; se deshilacha. Y eso es lo que estamos viendo.
Las señales son claras, purga silenciosa de mandos, reacomodo interno del Cartel de los Soles, rutas narco desplazándose hacia Brasil y el eje fluvial Paraguay–Atlántico Sur. El oro moviéndose hacia África y Medio Oriente. Inteligencia cubana reordenándose. Facciones del chavismo conversando discretamente con Washington. Y un punto de quiebre que marcó todo y fue el fraude electoral de 2024, un manotazo final que no demostró fuerza, sino que al contrario expuso la total fragilidad del régimen.
El crimen organizado trasnacional no se va a detener, pero ya está en plena reorganización frente al combate o a la barrera que pretenden colocarle delante los países comprometidos con acabar con el fenómeno delincuencial y sobre todo, el narcotráfico, la migración ilegal, la trata de personas y la minería ilegal. Las bandas criminales se han sofisticado y fortalecido ampliamente durante más de tres décadas de permisividad por parte de las autoridades y gobiernos del continente todo. Están suficientemente robustos económicamente hablando y con grandes recursos técnicos y legales.
Mientras tanto, Maduro quedó atrapado en su propia narrativa. Sin calle, sin masas, sin milicias que respondan, sin respaldo real. Y el mundo lo dejó claro: el Premio Nobel concedido a María Corina Machado no fue un gesto simbólico, sino una sentencia histórica y moral. El chavismo perdió legitimidad, perdió capacidad, y perdió tiempo.
La caída no será una explosión cinematográfica, sino una fragmentación controlada. Generales buscando protección jurídica. Operadores migrando al negocio del oro y las tierras raras. Redes criminales desarmándose en cámara lenta. Lo que estamos viendo es un desmontaje quirúrgico de un Estado híbrido-criminal transnacional, planificado y ejecutado por múltiples actores de inteligencia y seguridad en la región.
Y hay un punto clave que no puede ignorarse ya que Donald Trump cambió el tablero. La operación naval masiva en el Caribe, el despliegue estratégico de la Flota en versión Task Force cada vez más cerca de las costas venezolanas y la presión directa representan la mayor intervención de poder estadounidense en la región en décadas. No es retórica diplomática, es disuasión real, con portaviones, buques, aviones, inteligencia y reglas nuevas. Washington decidió que no permitirá un narco-Estado fallido en el Caribe. Maduro lo sabe. Sus aliados también. Por eso aparece solo, errático, sin hoja de ruta.
Los bloques están casi bien definidos. Estados Unidos–Brasil–Colombia buscando transición controlada y estabilidad regional; Moscú–Teherán–La Habana–Managua intentando preservar redes clandestinas; y el crimen transnacional reacomodándose. ELN, disidencias FARC, Hezbollah, carteles mexicanos y redes albanesas compitiendo por corredores estratégicos y futuros territoriales. Venezuela es el tablero; el Caribe es la primera línea.
El “día después” no será una postal romántica. Será transición vigilada, poder militar moderando tiempos, reacomodo político interno, y disputa territorial entre actores armados. El chavismo fue sistema, aparato, negocio. Su salida será pactada, supervisada, y sí, parcialmente negociada. Y también dolorosa pues estos regímenes no suelen dejar el poder en paz.
Hemos visto Estados colapsar desde dentro. Hemos visto arquitecturas criminales mutar más rápido que las doctrinas de seguridad. Reconozco el sonido del poder cuando se oxida. Maduro no cae por sanciones. No cae por discurso mediático. No cae por elecciones. Cae porque su maquinaria criminal dejó de servir a quienes realmente la sostenían, y porque el mapa estratégico global cambió. El Caribe es el preludio.
Mientras tanto, «Venezuela intenta presentarse como una fortaleza inexpugnable, pero en realidad exhibe una defensa asimétrica y fragmentada, basada en sistemas dispersos, operadores con entrenamiento irregular y una cadena de mando dependiente de la voluntad política del régimen». (de nuestro blog)
La fortaleza aparente es, en realidad, un síntoma de debilidad.
En política, como en la guerra, quien necesita gritar que tiene poder, suele estar perdiéndolo.
Venezuela es el epicentro. Latinoamérica, una vez más, está entrando a la historia sin darse cuenta. Esto no es el comienzo del fin. Es el fin que ya comenzó.