Por Fernando Vaccotti
La frontera entre seguridad interna y defensa hemisférica se ha disuelto.(FV)
Hay señales que hablan más fuerte que los discursos. Una de ellas es el despliegue del portaaviones USS Gerald R. Ford y su grupo de combate en el Caribe.
Un buque de casi 100.000 toneladas, con reactores nucleares, escuadrones de cazas F-35 y capacidad para sostener operaciones autónomas durante meses, enviado, al menos oficialmente, a “combatir el narcotráfico marítimo”.
Detrás de esa justificación hay temas de estrategia, seguridad y poder mucho más profundas: la mutación del crimen organizado transnacional (COT) en una amenaza estratégica de primer orden y el establecimiento de una posición militar de dominio en la región.

El crimen dejó de ser policial. Ahora es geopolítico.
Cuando Washington decide mover un portaaviones hacia el Caribe, no está cazando pescadores con cocaína; está marcando territorio, señalando que la economía criminal regional ha alcanzado una escala capaz de distorsionar el equilibrio del poder hemisférico.
Los cárteles, redes híbridas y regímenes que los protegen ya no son solo actores clandestinos: son estructuras paralelas de poder, con capacidad de financiar, corromper y desafiar a Estados enteros.
El despliegue del Gerald Ford no es una operación antidrogas: es una operación de control del teatro estratégico, y una advertencia a los que creen que el crimen puede coexistir con la soberanía.
Una “ciudad flotante” en misión de interdicción
Un portaaviones no se mueve por casualidad. Cada vez que zarpa, arrastra un ecosistema completo: destructores Aegis, submarinos de ataque, buques logísticos, helicópteros, drones, inteligencia satelital, marines, comunicaciones cifradas y una doctrina de guerra expedicionaria.
Que semejante plataforma se despliegue en el Caribe para operaciones “antinarco” revela que la frontera entre seguridad interna y defensa hemisférica se ha disuelto.
El crimen organizado, su brazo marítimo y sus redes financieras ya no pueden contenerse con guardacostas ni patrullas costeras. Se requieren fuerzas de proyección, el mismo tipo de poder que se usa para disuadir a Estados hostiles.
La señal a Venezuela y al Cartel de los Soles
El epicentro de este movimiento está claro. El régimen venezolano, señalado por informes de inteligencia y fiscales internacionales como una banda criminal llamada el Cartel de los Soles, se ha transformado en un Estado criminal. Lo venimos anunciando desde Antes de publicar nuestro primer libro «Un Mundo Transformado».
En caso de una operación limitada, el poder naval y aéreo de EE. UU. , de acuerdo a ciertos análisis de OSINT, podría desarticular en menos de cinco días los nodos costeros, pistas clandestinas y líneas logísticas que vinculan a Venezuela con el narcotráfico global.
No sería una guerra tradicional. Sería una cirugía de precisión estratégica, una demostración del poder asimétrico absoluto que Washington conserva y ahora muestra sin ambigüedad.
El nuevo mapa: Ecuador, Argentina y las islas
Mientras tanto, se consolida una red hemisférica de apoyo operativo.
Ecuador evalúa reinstalar bases de cooperación con EE. UU. en Manta o Salinas, regresando al modelo de los Forward Operating Locations (FOL) para patrullaje del Pacífico. A su vez se anuncia la llegada de un agregado de Defensa de Israel especialista en inteligencia y este tipo de operacione
Argentina firmó un acuerdo con el FBI para inteligencia y cooperación en crimen organizado y terrorismo. Asimismo, fortaleció los controles en las fronteras ante la amenaza de una huida de miembros del Comando Vermelho y otras bandas a buscar refugio en ese país.
Y en el arco de islas caribeñas (Puerto Rico, Aruba, Curazao, Barbados) funcionan las plataformas logísticas que sostienen el músculo diario de esta arquitectura.
Todo converge hacia un mismo objetivo: controlar las rutas ilícitas que conectan Sudamérica, el Caribe y los Estados Unidos.
La asimetría total
Comparar a un grupo criminal con un portaaviones puede parecer absurdo, pero es justamente esa desproporción la que explica el momento.
El COT ha alcanzado una dimensión económica y territorial que amenaza la estructura del Estado en múltiples países.
Ya no hablamos de cárteles aislados, sino de consorcios transnacionales con redes de inteligencia, ejércitos privados y brazos políticos.
Y si la respuesta de Estados Unidos es desplegar un grupo de combate completo, es porque entiende que el crimen ya no está al margen del poder: es poder.
El Caribe como teatro del siglo XXI
El Caribe vuelve a ser tablero de competencia estratégica.
En los años ´60, el fantasma era el comunismo; hoy, el enemigo es la convergencia entre crimen, corrupción y geopolítica.
El portaaviones no solo patrulla el mar: vigila la fractura del orden regional, el vacío de autoridad y la expansión de economías ilícitas que financian actores estatales y no estatales por igual.
Su presencia restituye, aunque sea por la fuerza, el principio de control, en una región donde el crimen ya gobierna zonas completas del mapa.
La tormenta y la advertencia
Enviar un portaaviones a “combatir narcotráfico” es reconocer que el narcotráfico ya es una guerra, no un delito.
Es aceptar que la frontera entre el crimen y la insurgencia se ha borrado, y que el Caribe es hoy un laboratorio de conflictos híbridos donde las lanchas, los drones, las finanzas y la política se funden en un mismo fenómeno.
El Gerald R. Ford no es un símbolo de guerra lejana: es una advertencia flotante.
El mensaje es simple:
“El que domine el Caribe dominará la seguridad del continente.
Y Estados Unidos acaba de recordarlo.”