Algo está funcionando muy mal en una sociedad cuando quienes deben defendernos de los ladrones, delincuentes y asesinos son los robados y en algunos casos hasta asesinados.
Lo que está pasando es de locos. ¿Qué más puede suceder cuando a los agentes policiales los asaltan en plena calle para robarles el arma y hasta matarlos sin piedad? ¿Qué sociedad puede sentirse segura cuando esa es la noticia que día a día nos llega a los ciudadanos? ¿En quién confiamos? ¿En quién nos amparamos?
Estos hechos son de una gravedad extrema porque distorsionan la convivencia civilizada que es propia de un Estado de Derecho. Si la Policía parece inerme, entonces todo vale y cuando se llega a ese punto no hay ley que rija.
La sucesión de hechos muestra que los delincuentes no le temen a la Policía. Se sienten muy seguros cada vez que los asaltan y saben que pueden salirse con la suya. Eso hace que la delincuencia no solo se generalice sino que se sienta impune. Sabe que tiene amedrentada hasta la propia Policía.
Alarma que ante esta seguidilla no haya una respuesta firme por parte del gobierno. En algún momento tan solo se aconsejó a los agentes policiales que no anden por lugares peligrosos. A esta altura, todo el territorio nacional es peligroso. Si ese es el consejo que se le da a quienes tienen la misión de mantener el orden y reprimir el crimen, ¿qué queda para los simples ciudadanos? ¿Que nos encerremos en nuestras casas y no salgamos ni de día ni de noche?
Hace ya mucho tiempo que desde el gobierno no se le otorga a la Policía el respaldo que necesita. Su rol se ha ido desdibujando en forma inversamente proporcional al crecimiento de la criminalidad.
Tenemos la impresión que desde el gobierno y desde la autoridades policiales no se la ha dado a esta realidad la dramática trascendencia que tiene. Quizás sea porque estamos en una etapa de transición y los que se van no quieren tomar decisiones que luego, los que entran, quizás no respalden.
Pero todo hace pensar que hace ya mucho tiempo, desde el gobierno no se le otorga a la Policía el respaldo que necesita. Que su rol se ha ido desdibujando en forma inversamente proporcional al crecimiento de la criminalidad. Por eso estamos como estamos.
Esta situación pone sobre el tapete otro asunto, también problemático, que ha estado en el centro de la discusión ya desde hace unos años. Los casos en que gente común, o sea vecinos y pequeños comerciantes, repelen asaltos y copamientos a los tiros y a veces matan a los delincuentes que intentaban atacarlos. Ha sucedido incluso con almaceneros de locales chicos y modestos en barrios pobres de la ciudad. Es que la inseguridad no diferencia barrios ni clases sociales.
Estos casos plantean la disyuntiva de si hubo allí “legítima defensa” o si se trata de “justicia hecha por mano propia”. La diferencia no es menor porque en un caso la víctima sigue siendo la víctima del asalto y en el otro, pasa a ser el criminal.
Ante esta realidad, la Justicia debe estudiar bien el caso y si es necesario, actuar en forma implacable. Es el Estado quien reprime la delincuencia y establece justicia. No es algo que pueda quedar en manos de cualquiera.
Sin embargo, la sensación de indefensión, de que nadie vigila para evitar que estos robos ocurran, que nunca se atrapa al ladrón o se aclara el crimen, que crece el número de asesinatos, alimenta los peores reflejos de la gente. Cuando la población siente que el Estado no la protege entonces cada uno responde por sí solo. En algunos casos, tras sufrir varios robos seguidos.
Por momentos, para colmo, la retórica oficial parecía estar más del lado de los delincuentes que de sus víctimas y al no dar una solución eficiente a la inseguridad, estos casos se multiplican y se transforman en una señal preocupante y una advertencia de que algo no anda bien en la sociedad.
Si la gente se sentía indefensa antes, habrá que imaginar qué sentirá ahora cuando los robados y asesinados no son solo los transeúntes, vecinos, comerciantes o sus clientes, sino aquellos que deberían protegerlos. No es ya que la población no sabe cómo defenderse, tampoco la Policía sabe cómo defenderse a sí misma.
En un par de semanas asumirá un nuevo gobierno. Esperemos que este sea capaz de hacer lo que el gobierno saliente nunca se animó a hacer, o lo que es peor, nunca quiso hacer. Por lo pronto darle a la Policía los instrumentos para ser más eficaz. No se trata de salir a violar derechos humanos, nunca fue ese el asunto. Se trata de reprimir con inteligencia, pesquisa y determinación a los delincuentes y a los que andan matando gente por ahí y sienten que tienen total impunidad para hacerlo. Para perder esa impunidad, primero tienen que temerle a la Policía.
Fuente : Diario El País, Uruguay.