Convirtiendo Vulnerabilidad en Seguridad personal
A modo de introducción, si existe algo que va a permanecer en el tiempo de manera residual y en muchos casos permanente el día que la pandemia del COVID-19 sea historia (si es que llega a serlo), es la afectación emocional a los individuos y por reflejo a los colectivos sociales, a la sociedad. Una parte importante del proceso de comprensión de los fenómenos asociados está ligado directamente a las víctimas.
Y de una manera u otra, las víctimas somos todos. Nunca en la Historia moderna el mundo estuvo tan vulnerable y expuso situaciones de desconocimiento científico, falta de conducción política y liderazgo, y un vacío incomprensible marcado por los muertos de la pandemia.
Por Deepak Chopra, MD
En estos tiempos difíciles, el tema de la vulnerabilidad debe abordarse directamente, porque muchas personas se sienten impotentes y ansiosas, y las tendencias sociales que socavan el poder personal solo parecen fortalecerse. Es fundamental encontrar una forma de seguridad en su vida diaria.
Aclaremos lo que no es estar seguro. No es lograr una imagen segura de sí mismo y reprimir lo que se siente por dentro.
Además, la seguridad no es algo que se pueda crear a través de factores externos como dinero, status, posesiones o cualquier otro sustituto material. Hay innumerables personas sentadas en el regazo del lujo que se sienten aún más inseguras que la persona promedio. La superación de la vulnerabilidad ocurre «aquí», donde te relacionas contigo mismo.
Ahora podemos abordar las cinco cosas que realmente crean seguridad como una cualidad personal en la vida cotidiana.
1. Dejar de regalar el poder personal.
Ser vulnerable no ocurre de un solo golpe dramático. Es un proceso a lo largo del tiempo y, para la mayoría de las personas, el proceso es tan gradual que no lo notan. Regalan su poder gradualmente. Estás regalando tu poder cuando complaces a los demás para encajar. O cuando sigues las opiniones de la multitud. O cuando decides que los demás importan más que tú. O cuando dejas que alguien que parece tener más poder se haga cargo para que te sientas atendido.
Sin embargo, en pequeñas y grandes formas, este tipo de decisiones reducen tu sentido de autoestima y sin autoestima, no puedes librarte de tu impotencia.
2. Examina por qué crees que es «bueno» ser una víctima.
Una vez que comienzas a reducir tu autoestima, es un pequeño paso para convertirte en una víctima. Yo defino ser víctima como «dolor desinteresado«. En otras palabras, diciéndote a ti mismo que realmente no cuentas, puedes convertir el sufrimiento que soportas en una especie de virtud, como hacen todos los mártires. Es «bueno» cuando sirves a un propósito espiritual superior, o eso creen algunas religiones, pero ¿y si no hay un propósito superior?
La mayoría de las víctimas se sienten bien al preocuparse todo el tiempo, pero la preocupación te hace mucho más vulnerable a las cosas malas en general, ya que la preocupación es tan absorbente que la mente no está lo suficientemente libre y alerta para distinguir las amenazas reales de las imaginarias. La preocupación se siente como una protección cuando es exactamente lo contrario.
Las víctimas encuentran muchas otras «buenas» razones para su difícil situación. Perdonan a un cónyuge abusivo, porque el perdón se considera espiritual. Están habilitando a un adicto, porque la tolerancia y la aceptación de los demás es igualmente espiritual. Pero si retrocedes, las víctimas en tales situaciones se están provocando deliberadamente sufrimiento, lo que no solo confirma su impotencia, sino que las alienta a crecer y crecer.
Siempre se está actuando sobre la víctima. Hay suficientes abusadores, adictos, adictos a la ira, fanáticos del control y tiranos mezquinos para quitarle el poder a cualquiera que se ofrezca como voluntario para desempeñar el papel de víctima.
Habiendo revelado demasiado de sí mismos, el primer paso para cualquier víctima es darse cuenta de que su papel es voluntario. No están atrapados por el destino, el destino o la voluntad de Dios. Su función es una elección personal y pueden elegir de otra manera.
3. Desarrolla tu yo central.
Los seres humanos son las únicas criaturas que no maduran automáticamente. Un pollito no tiene más remedio que convertirse en pollo. Pero el mundo está lleno de personas atrapadas en la infancia y la adolescencia, sin importar la edad que tengan. Para nosotros madurar es una decisión; la edad adulta es un logro, uno que requiere —y resulta— en poder personal.
Esto puede llevar décadas, pero comienza con una visión del «yo central». Esta es la parte de ti que se conecta a la realidad, colocándote en el centro de las experiencias que tú mismo creas.
Tener un yo central es ser el autor de tu propia historia; es exactamente lo contrario de ser una víctima, que debe vivir una vida de la autoría de otros.
4. Alinearte con el flujo de la evolución o el crecimiento personal.
Una vez que establezcas tu yo central como una meta, tu camino se desarrollará y evolucionarás. Esta evolución es tambaleante al principio; todo el mundo tiene al menos algunos elementos de ignorancia e inmadurez. Pero gracias al libre albedrío, puede ayudar a guiar su propia evolución.
El simple hecho es que todos deseamos más y mejores cosas para nosotros. Si esas cosas más y mejores son buenas para nuestro crecimiento, entonces estamos guiando nuestra propia evolución positiva y poderosa. En la India hacen una distinción entre Dharma y Adharma.
El Dharma incluye todo lo que sostiene la vida de forma natural: felicidad, verdad, deber, virtud, asombro, adoración, reverencia, aprecio, no violencia, amor, respeto por uno mismo.
Por otro lado, los Adharma son elecciones que no sustentan la vida de forma natural: ira, violencia, miedo, control, dogmatismo, escepticismo, actos no virtuosos, prejuicios, adicciones, intolerancia e inconsciencia en general.
Para nuestros propósitos, el Dharma es el poder supremo. Te apoya fácilmente a ti, como un solo individuo. Lo que se te pide es que observes honestamente tu vida cotidiana y las opciones que tomas.
*Editado, traducido y adaptado por Fernando Vaccotti